InakiLancelot
  An emotional arithmetic
 

A MEDIO CAMINO

An emotional arithmetic
Director: Paolo Barzman
Nacionalidad: Canadá
Intérpretes: Christopher Plummer, Gabriel Byrne, Max Von Sydow, Susan Sarandon
Estreno: 3/6/8
Sección Oficial Zinemaldia 2007 

An emotional arithmetic es un film de sentimientos, que podría encuadrarse en el mismo grupo que las también presentes en Zinemaldia 2007 Mataharis y A thousand years of good prayers. Rodada en el esplendoroso otoño de los lagos de Cleveland en Quebec, refleja el reencuentro en época actual de tres seres que compartieron como niños judíos su reclusión en el campo de detención de Drancy, en las cercanías de París. 

Destaca entre lo positivo la belleza de la imagen. En mi opinión, la más lograda de entre las películas concursantes, aunque finalmente se convertirá en su peor punto débil. No pondero sólo el bellísimo paisaje y la fácil relación otoño – decadencia. Me refiero a las impresionantes manos envejecidas de Susan Sarandon en primer plano y lo que ello transmite de su envejecimiento que, en definitiva, es el de todos. Remarco también la nitidez de las tomas del interior del cobertizo y de la casa, en las que los colores se muestran en toda su plenitud. Ello nos permite disfrutar tonos azules, rojos, verdes… puros como en muy pocos otros filmes. 

En segundo lugar, cuenta a su favor para la transmisión de la atmósfera decadente el hecho de que conozcamos a los actores principales, y tengamos de ellos una imagen mucho más lozana. A la decadencia de la belleza resistente de Susan Sarandon, se suman la impresionante ancianidad de Max von Sidow y la madurez de Gabriel Byrne. En una escena para el recuerdo, este último al ver tantos años después a la mujer que él conoció como niña, le espeta “Te recordaba menos pelirroja”. 

Precisamente, la actuación de Susan Sarandon constituye, en mi opinión, el tercer punto fuerte del film. Interpreta un papel nunca sencillo, el de una mujer esquizofrénica que conoce su enfermedad y la necesidad del tratamiento diario, que soporta los recelos que ello ocasiona entre sus vecinos y que se rebela siquiera por momentos ante dicha condena, ante la que se pregunta si acaso hay muchos tipos de depresión. 

Sin embargo, pese a los elementos en los que supera claramente a los dos filmes citados, en su conjunto An emotional arithmetic queda a menor nivel. La tragedia se expresa aquí con frases grandilocuentes, pero no se palpa en la imagen que, de tan estilizada, la contradice. Las supuestas penalidades sufridas por los niños en su reclusión no corresponden a su aspecto saludable. Lo que vemos en pantalla niega rotundamente lo que oímos en los diálogos. Y el resultado es que el espectador no siente lo que los personajes, no se conmueve. La película no logra trascender, dar el paso de los personajes particulares a los espectadores generales. Ello cuando se está contando nada menos que la experiencia del Holocausto es no alcanzar algo que parecería imposible. El público sale finalmente en silencio, sin tristeza, sin alegría, indiferente. 

La incredulidad se establece en muchas escenas. Los trajes de todos aparecen siempre perfectamente planchados aunque nadie planche. Todos son anglófilos en un entorno francófono y no se entiende que no hablen en francés y tengan cultura francesa. Una lluvia copiosa borra las páginas de un libro olvidado abierto a la intemperie. Entonces queda sanada una deprimida, que ya besa a su amado, que ya sonríe. La frase final ilustra a la perfección esta superficialidad: “Comer es la única solución para no morir”. 

El film acierta, sin embargo, en la descripción de situaciones vitales comunes. Como la enorme dificultad del anciano para superar un vallado de muy baja altura, como su miedo cada noche a no despertar. Como la luz que una niña puede llevar a la vida de unos adolescentes en las peores circunstancias vitales. Como la soledad que sentimos cuando nuestro protector envejece y pasa a necesitar nuestra ayuda. Como la dureza de la vida con un enfermo, por ejemplo, de depresión. Como las pérdidas irreversibles que sufrirá el prisionero, que nunca será totalmente liberado, como tampoco lo serán los que convivan con él. Como la necesidad del olvido para ser feliz. 

Se alternan así situaciones increíbles con revelaciones emocionantes. Ello hace pensar que el director quiso contar muchas cosas, algunas sentidas, otras solo oídas, y no tuvo confianza suficiente para centrarse solo en las primeras. No lo creyó suficiente. Ese miedo fue su condena. 

Inaki Lancelot

 
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