InakiLancelot
  Luces de ciudad
 

GRAN CHARLOT


«City lights»

Director: Charles Chaplin

Intérpretes: Charles Chaplin, Virginia Cherrill

Nacionalidad: EEUU

Estreno 1931

 

El avance de la sociedad sufre una involución colectiva en los periodos de crisis. Sería un hecho aceptable si no fuera tan claro el desigual reparto de las nuevas condiciones. En cualquier caso, es un hecho patente, conocido y estudiado.

 

Más silenciado se encuentra otro factor que cuestiona el supuesto avance durante las épocas de bonanza. La modificación continuada de los tipos de vida, acordes a la creación de nuevas comodidades, se lleva por delante formas de sustento y estilos que quedan anticuados, abocando a la miseria a seres que conocieron tiempos mejores. Así, la fotografía en movimiento, el cine, supuso el fin de cientos de compañías de comediantes en gira por amplias áreas geográficas, como reflejó Fernando Fernán Gómez en “El viaje a ninguna parte”.

 

De una de aquellas familias de comediantes británicos empobrecidos procedía Charles Chaplin. Un hombre pequeño nacido en 1881, que conoció en carne propia los efectos del alcoholismo paternal mezclado con la miseria y la descomposición familiar. Una situación que recuerda a la reflejada por el irlandés Frank McCourt en su novela “Las cenizas de Ángela”, llevada al cine por Oliver Parker.

 

Chaplin emigró a Estados Unidos y en la ruleta le tocó vivir finalmente la cara positiva del sueño americano. Tras un periodo de malvivir, consiguió empleo en lo que sabía hacer, la pantomima, creando el personaje de Charlot. El triunfo saludó al personaje y el porvenir de Charlie se aclaró, dando un cambio absoluto a su vida.

 

Rodó su primer cortometraje como director a los 29 años y cinco después, en 1923, debutó en el largometraje con “Una mujer de Paris”. El cine ya había mostrado un interés documental (los Lumière) y social a través de directores como Eisenstein. Pero Chaplin aunaba una innata capacidad cómica fruto de la tradición familiar con la sensibilidad hacia los paupérrimos de los que había formado parte.

 

Su cuarta película, de 1931, es “Luces de ciudad”. La rodó cuando la llegada del sonoro amenazaba el porvenir una vez más de los antiguos comediantes. Se mantuvo fiel a su decisión de hacer cine mudo aunque musicalizado, en el que sus virtudes siguieran sobresaliendo, y logró un triunfo colosal. La protagonizó, la dirigió y compuso una bella banda sonora que incluía el tema de “La violetera”. Décadas después sigue siendo gran cine y sigue representando una realidad que, desgraciadamente, no parece haber evolucionado.

 

En “City lights” encontramos un combate de boxeo (tema que tanto buen cine ha originado) espléndidamente cómico, precedido de una confusión gastronómica entre el confeti y los spaghetti y de un ataque de hipo resultado de haberse tragado un silbato, que sitúan el listón muy alto para los realizadores posteriores que deseen hacer reír. Mezclado con ello, una orientación social que entrega el protagonismo a un vagabundo y una ciega. Que muestra desahucios por impago, intentos de suicidio, exclusión social por ceguera o ancianidad y clasismo y desprecio a los pobres infringido por infelices y solitarios potentados. Por encima de todo ello, el deseo de que la bondad triunfe sobre la fealdad o la pobreza.

 

A diferencia del televisivo y cortísimo de miras cine actual, absorto en el simplón primer plano, Chaplin acompaña a sus protagonistas de personajes en segundo plano cuya actividad es fundamental para el desarrollo de la acción, enriqueciendo la trama y dotándola de realidad.

 

Asimismo, Chaplin cuidó con especial esmero la escena inicial y la final. Una inauguración de un monumento público por parte de las autoridades abre la película. Una apertura del telón que muestra lo mejor de la ciudad, lo que aparecerá en la prensa, que pronto se transforma en la denuncia de un mundo subyacente cuya mala situación sigue a día de hoy sin resolverse. Y culmina con una escena tiernísima y dulce que resultará excesiva para las desengañadas y cínicas sensibilidades muy modernizadas, que refleja el espíritu de una sociedad que soñaba con que la victoria final correspondería a quien lo mereciera por bondadoso y acertado en sus convicciones.

 

Estados Unidos vivió una época realmente ominosa y muchos de los cineastas fueron víctimas de una ley que nació del miedo al otro y condenó a los espectadores a la pérdida de excelentes creadores. Chaplin fue acusado de comunismo por el senador McCarthy y hubo de salir del país, regresando a Europa. Cuentan que nuestro héroe pequeñito supo una vez más adoptar un enfoque positivo y vivir feliz en nuestro continente, veraneando en la costa Atlántica de la verde Irlanda. Dejó diez largometrajes y obtuvo un reconocimiento que perdura ya para siempre.

 

Inaki Lancelot

 
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